jueves, 24 de junio de 2021

Los hombres no lloran

"Transporte público: Servicio de una ciudad que puede ser utilizado por cualquier persona para trasladarse de un lugar a otro a cambio de una cantidad de dinero." Así lo define la Internet y para ser sincero ese es su real significado, aunque para algunos el transporte público puede ser su momento de cercanía consigo mismo, pensar en emociones y sentimientos tormentosos o tranquilos, recordar buenos y malos momentos, el transporte público puede ser un medio de escape más aún si vives en una ciudad grande como Bogotá.

Salí de mi casa rumbo a mi universidad que para ser Bogotá queda "literalmente" cerca; cuarenta minutos, un transbordo, dos estaciones de Transmilenio. Mi viaje empieza desde el portal que a eso de las diez u once de la mañana puedes (con suerte) sentarte en una de las sillas, era uno de esos días, un día con suerte. Al articulado como solemos llamar al Transmilenio que es el medio de transporte de mi ciudad, se sube gente de todo tipo; blanca, negra, amarilla y muchos arrugados en sillas azules. Sin querer ser grosera, cada quien tiene su color, su matiz.

Me senté y como de costumbre la música en mis oídos sonaba más alto que la gente hablando de sus problemas, del vendedor informal que sin ánimo de incomodar a nadie los incomoda a todos, de la mujer embarazada pidiendo una silla para sentarse, de los jóvenes bullosos con esos parlantes del demonio que tanto odio, la que siempre habla por celular medio trayecto entre otras tantas conversaciones no interesantes que se pueden encontrar en Transmilenio. Me senté en una de esas sillas en las que tienes otra silla enfrente, por ende tienes a una persona sentada justo delante de ti, casi a la misma altura de tu cara, acomodando las piernas ambos para no entrelazarlas tipo cena romántica en mesa pequeña, la situación más incómoda que vives en el día.

En la primera parada un hombre se subió y se sentó delante de mí, ni prestándole atención seguí mirando hacía la ventana, el día estaba oscuro con una brisa amenazadora de lluvia, perfecto para quedarse en casa. Yo, tenía que ir a la universidad.

Your love is like a studded leather headlock, your kiss, it put could creases in the rain... sonaba en mis audífonos, esa cancioncita de Alex Turner que tanto me gusta 'Suck It and See', en versión acústica claro. Distraída un rato, miro al frente para ver quién es mi acompañante de transporte, ese hombre que se subió y se sentó delante de mí. Tenía el brazo apoyado en la ventana, el puño firme contra su boca y los ojos llenos de lágrimas.

Siempre trato de sentir lo que siente la otra persona para poder entenderla, pero ese hombre era un completo desconocido, no tenía más que solo imaginar el pesar por el que estaba pasando, ¿un hombre llorando en pleno transporte público? Sumiso a la mirada de los demás pasajeros, lleno de rabia o tal vez era tristeza, o quién sabe de pronto es de aquellos que lloran de felicidad, aunque su rostro lánguido y cejas arrugadas demostraban otra cosa.

No quise parecer intimidante pero no podía dejar de verlo llorar, tan pocas veces he visto hombres llorando y es que con ese letrero los entrenan ¿no? "los hombres no lloran", me pareció fascinante ver cómo con los ojos abiertos dejaba escurrir las lágrimas en sus mejillas, ni se molestó en cerrar los ojos y secarse, por un momento quise meterme en su cabeza y pensar lo que estaba pensando, pues su mirada hacía el ventanal era de aquellos a los que los pensamientos les juegan malas pasadas en momentos del día.

Un movimiento... su mochila sucia y algo vieja, sacó una hoja de papel y ahora las lágrimas se dirigían allí, no pude descifrar ni una sola palabra pero sí descifré que como pura película trágica era una carta, a puño y letra, corta, breve. Tal vez ese era el significado de su llanto, pues cuando terminó de leerla supongo, la apretó entre su mano arrugándola igual que su corazón.

En eso él me miró, vi sus ojos directamente con los míos, sentí como se me calentaba la cara, me incliné a la ventana como quien no había visto su dolor. Tomó sus manos y se las pasó por la cara, forzándose a dejar de llorar, a dejar de sentir, cerró sus ojos e inclinó su cabeza hacía atrás, se sentó derecho y puso su cara seria, enojada, frustrada, sus ojos ahora estaban llenos de rabia y rojos del llanto, se forzó a no demostrarme llanto, eso que nos hace humanos.

Me miró de nuevo y le esbocé una sonrisa de labios y ojos preocupados, me devolvió la sonrisa de labios y ojos tristes... como si no supiera qué estación era se bajó, así sin más, lo vi a través de la ventana, vi cómo caminaba hacía la puerta de espera de Transmilenio que va en dirección contraria, como si se estuviese devolviendo a reparar aquella que había roto, aquello que lo había roto.

Nunca más lo volví a ver subirse de aquella estación, ni bajarse a otra. Entendí que "las penas de un hombre son solo suyas" y también entendí que los hombres sí lloran y que su llanto está lleno de sinceridad pues en su mirada lo notas, aún más si es en el transporte público.